Existen muchos factores que hacen que esas caricias tengan un papel analgésico, algunos no sólo por las caricias sino por los factores emocionales y por desviar la atención. Dejando estos factores a parte, el mero echo de acariciar la zona dolorida ya tiene en si mismo un efecto analgésico. Esto se puede explicar con la teoría de Wall y Melzack sobre el control de entrada del dolor (1965), para entender esta teoría debemos dejar de imaginarnos las neuronas como cables que transmiten la información desde A hasta B y pensar que tienen ramificaciones que también llegan a C y D con efectos diferentes en cada una de las zonas.
Las fibras A-alpha y A-beta son las encargadas de transmitir la información no dolorosa, mientras que las A-delta y las C son las encargadas de transmitir la información dolorosa. Cuando nos hacemos daño las fibras C viajan desde la zona dolorida hasta la médula espinal, en concreto a una zona denominada asta dorsal. En ella contacta con unas neuronas intermedias o neuronas Puerta (gate) (G-cell) donde hacen un efecto inhibitorio y también contactan con la neuronas que transmiten la sensación dolorosa a zonas superiores (T-cell), en este caso activándolas. En definitiva tendríamos sensación dolorosa.
Qué ocurre si damos las caricias??. Que activamos las neuronas A-Alpha y beta que tienen un efecto activador sobre las neuronas G, las cuales a su vez inhiben a las fibras C, con lo cual no llegaría la información dolorosa desde las fibras C a las zonas superiores.
En definitiva, todo es una ecuación del tipo A-C=G. Donde, si el estímulo de las fibras A es superior a las C las fibras G van a bloquear la información nociceptiva, mientras que si es al revés las neuronas G se inactivan y la información nocicectiva llegará a las zonas superiores.
Por muy complejo que pueda parecer esto, no es más que la punta del iceberg, la realidad es mucho más compleja ya que son muchas más los factores que intervienen.
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